No son pocos los científicos que han intentado estudiar si hay que alimentar o no de forma artificial a la fauna silvestre (incluyendo caza), durante los meses de invierno, cuando es difícil llevarse algo a la boca. En anteriores publicaciones hemos abordado este asunto siempre con prudencia conocidos ya los posibles efectos negativos de poner comederos, derivados de la agregación de animales: posible acostumbramiento a la comida fácil, predación, transmisión de enfermedades y variaciones en el comportamiento.
El problema se encuentra, como siempre, en la toma de decisiones y en saber dónde está el límite, esa línea delgada que separa el hambre y la selección natural del pienso y la "mano del hombre" en la naturaleza.
Por un lado tendríamos los gestores más precavidos que, comenzado el invierno, comenzarían a colocar comederos y distribuir alimento allá donde exista caza en el coto, prolongando esta práctica hasta bien entrada la primavera. Por el otro se encontrarían los gestores más prácticos que limitarían el alimento a los períodos más duros, concretamente las nevadas y pare usted de contar.
Como siempre en el equilibrio está la base de todo. Tal vez sería mejor calcular las necesidades de nuestras especies de caza en función del alimento disponible y sincronizar la colocación de los comederos con clima, crecimiento vegetativo y labores agrícolas, sin olvidar cómo ahuyentar a los visitantes no deseados, especialmente ratas. Y ya, para rizar el rizo colocar un par de cámaras de fototrampeo para ver quién va. Se dice pronto, pero es así.
Algo sí tenemos claro a estas alturas: los comederos, por muchos y abundantes en grano, no compensarán que tu coto tenga un mal hábitat en el que las especies se puedan reproducir. Por ello es esencial invertir el esfuerzo en recuperar el hábitat limpiando fuentes, creando siembras o manteniendo lindes.
La pregunta está en el aire, ¿quieres tener un coto o un criadero a lo grande?
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